viernes, 21 de octubre de 2011

MEDIA DOCENA DE HUEVOS

En la penumbra de la habitación yacía el cuerpo orondo y grasiento de Saturnino, durmiendo sobre unas sábanas revueltas, rodeado de mugre y marginalidad, con trozos de papel higiénico por el suelo y una miscelánea de olores, de sudación, de hepatitis, de hiena australiana con disentería. Su cabeza descansaba sobre una mugrienta almohada de flores rojas. Su rostro, de escasa suerte con la herencia genética, parecía un retrato cubista, un tremendo horror de la naturaleza. Un careto repulsivo, bendecido con la facultad de destacar entre la gente. En el aire flotaba un penetrante olor a mierda y deposición. Hacía mucho frío. La luz de la calle se colaba por las rendijas de la persiana. El silencio reinaba, absoluto, entre el cielo y la desolada avenida. Quietud inmutable solo quebrantada por los ronquidos, casi gruñidos salvajes tal rinoceronte aquejado de hemorroides, en decibeles imposibles, de aquel sapo calvo y maloliente. Me había despertado. Los padres de Jacinta nos habían invitado a pasar un fin de semana en el apartamento que la familia tenía en una pequeña aldea del Pirineo. El cabrón de Saturnino no permitió que Jacinta y yo durmiéramos juntos, por lo que tuve que hacerlo con aquella alimaña apestosa. Me levanté y fui a tomarme una ducha. Apenas había podido dormir. Les había prometido que para el almuerzo les cocinaría una tortilla de patatas a la vinagreta y debía ir a comprar los ingredientes. Un brusco movimiento intestinal me hizo extender los brazos contra las paredes de la bañera para mantener el equilibrio. Sonido de tripas, retortijones y gases inundó el baño. Me acluquillé en la ducha, apreté con esmero y..ploff!! el fruto maduro de la incomestible cena de Anacleta quedó allí, flotando en el suelo de la bañera. Tuve la feliz idea de abrir el grifo y con la corriente a todo chorro, ir empujando los montoncillos de heces hacia el desagüe. Pero no pasaba toda. Venga agua y más agua, venga presión y más presión, pero aquel mojoncillo negroide adornado con restos de sésamos del pan integral, se negaba a seguir el camino de sus compañeros de vientre. Más agua. Más presión. Nada. El asqueroso furullo no cabía por el jodido desagüe, y con más agua, simplemente se daba media vuelta y se iba flotando hacia el otro extremo de la bañera.  Tenía prisa, así que desenrosqué el teléfono de la ducha, quité la tapa, cogí con aparente normalidad el fruto podrido de mis entrañas, y con asombrosa destreza, lo metí dentro del tubo del teléfono de la ducha. Lo que sobró, lo empasté, a modo de masilla, en las juntas de las rajolas de la bañera. Me vestí y salí a la calle. Era pronto, y los comercios estaban todavía cerrados. Me dirigí a una cafetería y pedí un café para llevar. Me senté en un banco respirando el aire frío y puro de la montaña.
Una decrépita anciana de pelo lila y que se había peinado tocando un poste de alta tensión, me miraba con tristeza desde el otro lado de la calle, como se contempla a un perro atropellado por un coche. Se aproximó a mí para arrojarme unas monedas en el vasito de cartón que  sostenía en mis manos. En los labios de aquella octogenaria se dibujó una amable sonrisa. Me hizo una señal indicando que no hacía falta que se lo agradeciera. Miré mi vaso y luego a la mujer con una mirada colérica y desafiante. Me  había tirado 60 céntimos dentro de mi café. El sonido de las campanas de la iglesia, marcaban que eran las nueve de la mañana. Me dirigí a un pequeño colmado para comprar los ingredientes del almuerzo. Tras el mostrador de aquel pequeño comercio, aguardaba una hembra hirsuta y obesa. Aquella mujer irradiaba un aroma embriagador, casi hipnótico, asqueroso, capaz de tumbar a un elefante. Su cara estaba llena de granos de pus. Sus pocos dientes de conejo-morsa-vampiro-castor eran enormes y mordisqueaban nervisosamente su labio inferior. Tenía unas orejas deformes, una más arriba que la otra: la derecha era de enana, la izquierda de gigante, y de ellas salían gruesos pelos negros que llevaba atados con su bigote. Sus brazos, poblados por una selva de pelo, estaban pegados a su cuerpo. Pedí media docena de huevos y una botella de vinagre. Al salir de la tienda y comprobar los productos adquiridos, un escalofrío recorrió mi espalda. Empecé a sudar. La ansiedad y la zozobra empezó a  apoderarse de mí. Observo el temblor en mis manos, el sudor de mis palmas. No!. No!. Otra vez,no!!!!  Dentro del cartón de los huevos me parece reconocer un prepucio. Un enorme glande de pene que tanta angustia me provoca:




42 comentarios :

  1. Cuanta elegancia hay en sus vulgares relatos.
    Gracias por hacernos reír con sus ordinarieces.

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  2. JAJAJAJAJA PERO QUE BUENO.
    TREMENDO!!!

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  3. Dantesco. Ya tiene mi dirección. A su honor.

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  4. Lo que usted padece, es lo que técnicamente se denomina 'penefobia'.

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  5. Usted es genial,
    Jajajajaja divertídisimo post,


    Un besico. Solo uno, y no se me emocione usted, eh?

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  6. Y dígame, de todo lo que ha visto y le ha ocurrido hoy, ¿de verdad que un huevo en forma de prepucio es lo que más le repugna?

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  7. Impresionantemente gilipollas!!!! jajaja

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  8. No es un prepucio Don Anastasio, es un huevo de codorniz.

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  9. Eres muy grande tío! con la familia que tienes yo ya me hubiera pegado un tiro en la sien.

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  10. Desearíamos que se quitara esa grotesca máscara y nos mostrara su verdadero rostro.

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  11. Lo del empaste en las rajolas del baño no tiene desperdicio. Me acaba de dar una fantástica idea...

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  12. Que gran hombre Saturnino. Es es el suegro que todo hombre quisiera tener.

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  13. jajajajajajajaj Enormeeeeeeeeeeee como siempre!

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  14. Su obsesión fálica es preocupante.

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  15. Cada día me gusta más su cultivada poesía, lírica en estado puro.

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  16. Joder, pues ya me fijaré cuando los compre en el super...

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  17. Una prosa casi poética que roza la perfección en el relato. Le felicito.
    Por cierto, ¿su fijación con los glandes no tendrá algo que ver con su apellido?
    Un saludo.

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  18. Apreciada y bellísima Aina,
    Todo lo acontecido en esta jornada es lo habitual, lo corriente y asiduo en mi miserable vida...

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  19. Apreciado y amigo Carlos,
    Agradezco profundamente sus halagos. No obstante, en un ejercicio de honradez, he de confesarle que dicho relato ha sido plagiado íntegramente del Antiguo Testamento.

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  20. Debería forrarse las paredes de su habitación con fotografías de penes. Tal vez superaría así su aversión hacia el genital masculino.

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  21. Colosal maestro.
    Su humilde discipulo Francisco

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  22. JAJAJAJAJAJAJAJAJA, curiosa esa caja de güevos!

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  23. De lo mejorcito que he leido ultimamente.De lo mejorcito

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  24. Pero ese prepucio tiene unas grietecillas. Se nota que la deuda griega, la muerte de Gadaffi y el terremoto en Turquía le está afectando.

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