sábado, 26 de mayo de 2012

NOTA INFORMATIVA

Por motivos ajenos a mi voluntad, sólo aparecen los primeros 190 comentarios. Los siguientes ya sean comentarios como sus respuestas no son visibles.
Ignoro qué motivos judeo-masónicos originan dicha incidencia. 
Un abrazo amigos.


miércoles, 23 de mayo de 2012

LOS GEMELOS SECUESTRADOS


Jardilinea, pareja de Enasino
Había entrado en un bucle espacio-temporal, cantando rancheras frente al ventilador. Tenía hambre. Afortunadamente habían  cervezas en el frigorífico, la bebida que contiene todos los nutrientes esenciales para mi supervivencia. Abrí la nevera cuando sonó el teléfono. Era mi amigo de la infancia, Enasino. Fue una grata e inesperada sorpresa. Nos pusimos al día acerca de nuestras fútiles vidas. Su voz, harto siniestra por el inicuo tartajeo y el uso excesivo de onomatopeyas, destilaba preocupación, angustia, congoja. Había algo que le atormentaba. Efectivamente. Entre sobrecogedores sollozos, me desveló que su actual pareja, un reputada modelo de publicidad, y criada también en nuestro suburbio, tenía indicios que sus dos hijos gemelos, fruto de una relación anterior y  sustraídos veinte años atrás por mafia rusa , estaban vivos. Llevaba años buscándolos, con menesterosos resultados. Estaba sumida en una turbadora depresión, pues la policía había dado el caso por cerrado. Enasino requería de mi ayuda. Acordamos reunirnos en un céntrico hotel para ahondar en el caso.
A las siete en punto llegó Enasino con Jardilinea, su grotesca pareja. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver de nuevo aquella mujer. Se me paró el tiempo y empecé a verlo todo de color sepia. Era una mujer de piel negra, gorda y jadeaba al caminar mientras que con un diminuto pañuelo bordado, secaba el sudor que bajaba a chorros de su papada hacia su profundo y arrugado escote. Tenía el rostro castigado, con colmillos quebrados y carcomidos por la caries, con varias capas de sarro. Una mujer grasienta, deforme y vomitiva. Hirsuta de pies a cabeza, un perfecto híbrido entre humano y orangután. Se me agolparon una sarta de ideas asociadas a las mujeres que eran exhibidas como alimañas en los espectáculos circenses; un ejemplar de hembra uniceja, con bigote y patillas, con esa edad indefinida que marcaba a las campesinas. Su rostro estaba estucado por un mar de pliegues, protuberancias dérmicas y lunares, y unas lagañas como Bocabits. Su nariz afilada, preparada para cortar el viento con la eficacia de la espada del Rey Arturo, le confería un aspecto aterrador. Una enfermedad de niña le había dejado los pies un poco torcidos. Necesitaba calzado especial ortopédico. Movía la nariz y la arrugaba para parecer más adorable.
-" Encantado de volverte a saludar” - susurré intentando disimular las arcadas que me provocaba mirarle los ojos. 
Jardilinea, que eructaba mientras hablaba, me relató su estremecedora historia. Decidí tomar cañas en el asunto.
Tras mis primeras investigaciones -rutinarias y breves entrevistas con la decrépita ginecóloga y sus mancebos- poco saqué en claro, excepto que ella era muy joven cuando la camorra rusa secuestró a sus retoños en el parque del barrio. 
Imaginé que tras tantos años, algún secuaz de la mafia acabó con la vida de aquellos vástagos,  girando bruscamente sus cabezas para desnucarlas. Sus cuerpos sin vida, con las narices fracturadas, sus labios reventados, los ojos mutilados, sus brazos con quemaduras de cigarros, las piernas con cicatrices, y envueltos en una cobija, deberían haber sido abandonados en terreno baldío. Investigué en los vertederos cercanos, con escaso éxito, pese a encontrar un consolador rectal eléctrico entre los escombros, que con tremenda felicidad, usurpé.
Indagué en todas las adopciones irregulares realizadas en el año de su secuestro, con resultados estériles.
Me prostituí en saunas y burdeles gays en busca de algún indicio de los gemelos, con nulos rendimientos y unos desgarros anales que todavía hoy, me obligan a caminar como un cowboy.
No había ni un sólo rastro o dato hasta el momento que me permitiera avanzar en la investigación, mientras los días pasaban y la angustia se acrecentaba.
Estudiando cómo resolver el caso, absolutamente ebrio, con un rioja en ese bar de al lado de la farmacia de mi casa, del que llegué a formar parte de su mobiliario, descubrí que el beber no resuelve problemas pero crea nuevos muy interesantes. Aquella investigación no era un simple caso de perseguir esposas adúlteras y hacerles una foto con el amante de turno. Pagué la cuenta escribiendo “Gracias Puta” en la servilleta de la taberna, cuando vi un tipo alto, delgado, que se las había tenido que ver con la justicia en numerosas ocasiones, pero sin mayores consecuencias que unos días de cárcel, y que hacía toda clase de negocios y ninguno muy limpio. Era conocido en el barrio como "El Ruso", el vivo retrato de Vitto Corleonney al parecer, aunque la policía no había conseguido demostrarlo, estaba metido en asuntos de facturas falsas, tráfico de niños y aceitunas, subastas, blanqueo de dinero y drogas. Todo apuntaba que  aquel capo podía estar involucrado en el secuestro de los gemelos. Su rostro delgado, resultaba trigueño, y se prolongaba en una barba negra y corta que le daba un aire elegante. "El Ruso", con aire ceñudo, salió de la cafetería y decidí seguirle, saltando de columna en columna del bar, para evitar ser visto. Paré un taxi y ordené que siguiera al flamante Porche que conducía el mafioso. Perseguimos al deportivo por las calles altas  y deslumbrantes y hoteles opulentos de la ciudad, hasta que llegamos a su domicilio.
Aquello no era una casa, era una mansión, difícil de vigilar. Esa noche tendría que entrar en la casa si quería conseguir más información. Aunque la luz del sol era todavía innegable, se había convertido ya en esa claridad rojiza del crepúsculo, contra la cual los bultos frondosos de aquel majestuoso jardín se destacaban cada vez más negros. Me escondí tras la maleza, esperando que anocheciera. Para apaciguar el aburrimiento emitía sonoros gemidos de macaco. Me masturbé media docena de veces, imitando el graznido de pájaros tropicales.
Miré  hacia el balcón  de aquel palacio, y sobre la negrura del cielo nocturno vi la silueta de "el Ruso" apoyado en la barandilla, una figura que me pareció melancólica, como si fuese un fantasma errante. Tocaba el xilofóno, mientras practicaba grotescos ejercicios aeróbicos. Tras su decrépita actuación, entró en la estancia y segundos después, la luz de la habitación se apagó. Miré a ambos lados de la avenida y me tendí al suelo en forma de cruz. Con la mejilla adherida en el asfalto, empecé a recorrer la calle arrastrando sigilosamente mi cuerpo por el pavimento hasta llegar a la valla. Di de comer  carne triturada hábilmente mezclada con cianuro a unos hospitalarios Pit Bulls que estaban apostados, y en unos segundos estaban todos dormiditos. Les insulté en voz baja. Trepé felinamente por la fachada, utilizando el garfio que  reemplazaba mi mano amputada, y salté al jardín, sintiéndome estúpidamente ninja.  Me dirigí hacia la habitación. Intenté escuchar algo a través de los cristales, y sin querer los cascabeles que llevaba en el cuello, golpearon contra los cristales e hicieron ruido. -¡¡¡Joder!!!- murmuré en un chillido reprimido. Automáticamente me escondí por si alguien abría el balcón o corría la cortina. Pero no, ningún ademán de ello. Seguramente "El Ruso" ya estaba durmiendo. Al cabo de cinco minutos, visto que mi presencia no había sido detectada, me adentré en la finca. Destrocé con suma violencia los enanos que decoraban el jardín y que tanta cólera me causaban. Detrás de unos bellos olivos, un pajar de madera rústica, hizo despertar mis sospechas. Me acerqué con sigilo al almiar, no pudiendo evitar realizar un mate imaginario a lo Jordan en el marco de su puerta. Estaba cerrado con candado reforzado con retacerias de fierro y logarítmica combinación electrónica. Como buen ratero, su apertura no me costó más de dos minutos. Sorteado mi último obstáculo, entré en el pajar. 
Y allí estaban ellos, los gemelos sanos y salvos. Vivo retrato de su madre.



viernes, 18 de mayo de 2012

DÍA DE MUSEO

Pese a que siempre creí que el ejercicio físico era una leyenda urbana, antes solía sonreír cuando tenía que someterme al odioso ritual de subirme a la bicicleta estática al amanecer y empezar a pedalear como un gilipollas rumbo a ninguna parte mientras el sol se alzaba poco a poco e iluminaba mi pequeño y mugriento apartamento. Me divertía imaginar qué pensaría la gente si me viera, con mis sucios pantalones de chándal, despeinado y ojos hinchados. Ahora me limitaba a completar el ejercicio sin detenerme a pensar en el aspecto que tenía. Tenía que dejar de ganar kilos para poder empezar a perderlos, ya que a mi edad, los kilogramos se aferran a mis mórbidas carnes y se niegan a quemarse tan rápido como cuando era más joven. La inadecuada alimentación, el sedentarismo y el haber llegado a ser parte del mobiliario del bar por el tiempo que pasaba dentro, me habían convertido en una auténtico repolludo de manteca.
Apenas recordaba la noche anterior. Me levanté sin ganas de ejercitarme con la jodida bicicleta. Era una mañana de ibuprofeno. Fui directamente al baño. Me miré al espejo: barba de pocos días, escaso pelo revuelto, aliento a resaca y los clásicos moratones anónimos después de una noche de borrachera. No tenía dolor de cabeza, pero si cierto malestar estomacal. Me senté en el retrete y me puse a calcular integrales infinitesimales mientras cagaba. Me limpié el trasero con papel higiénico robado de edificios institucionales, una afición que todavía mantenía viva desde mi adolescencia. 
Vacíos de memoria sobre la noche anterior. Probablemente mantuve conversaciones profundas con desconocidos, con esa curiosa habilidad para hablar otros idiomas que otorga el estado de embriaguez. Vomité, y me cepillé mis dientes carcomidos por la caries. Escribí  un sms a Jacinta , guiñando un ojo porque porque todavía iba ciego. No tenía ganas de verla. Decidí disfrutar de una jornada cultural en la más absoluta soledad. Una visita al museo me ayudaría a despejar mi depravada mente. Me metí en la ducha sin la alfombra deslizante y me saqué unas autofotos tal choni quinceañera. Me vestí con una vieja y sucia camiseta y unos calcetines vaqueros.
Llegué al museo, un edificio alto e imponente. En su fachada tenía fotografías de importantes hechos históricos y estatuas cuneiformes que me observaban ojipláticas.
Una decrépita guía, con la cara rebozada de colacao, nos relataba el aporte de las culturas indígenas americanas al mundo actual. Sonaba atronadoramente por los altavoces del museo la canción de Vacaciones Santillana. Quedé asombrado frente a la imponencia de las estatuas de los caciques de las diferentes culturas que habían habitado el continente antes que nosotros. Después pasamos a una vitrina en la que yacían expuestas cientos de figurillas de oro y jade, que representaban dioses, actos religiosos y demonios. Aquellas efigies deberían tener un valor incalculable. Calibré la posibilidad de hurtar con mi bolsa forrada de albal una de aquellas esculturas. El atraco frustrado a la tienda de chucherías me hizo cambiar de opinión. En la siguiente parada, la guía, con gafas de nerd sin graduar y cara de guarra,  impartió un pequeño discurso sobre las culturas africanas, sus rituales y su erudición  en general. Advertí obvias diferencias en los aportes folclóricos de las diferentes culturas, pero sin olvidar el valor de cada civilización y su importancia a través del tiempo. Cuando la guía terminó su explicación nos llevó a otra sala, pero ésta no era sobre culturas antiguas sino que era una honra a la pintura del desnudo. Nos relató que en el mundo del arte había sido constante la búsqueda de la belleza del cuerpo humano, sobre todo femenino, dada la supremacía de pintores varones. Pero las trabas para pintar este tema habían sido innumerables. La iglesia católica siempre había considerado el desnudo como algo tabú, inductor de bajas pasiones, objeto de vergüenza y fuente primera de pecado y apartamiento del evangelio. En aquella sala, predominaban la representación de los desnudos femeninos, deidades madres, Venus, Afroditas y mujeres gordas o embarazadas con grandes o resaltados senos mamarios. Quedé perplejo al contemplar aquellas mujeres tan bellas, con esas figuras tan femeninas, esbeltas, tan delicadas como la porcelana.
Me llamó la atención una pintura que representaba en primer plano un pubis femenino, el de un tronco de mujer desnudo, reclinado sobre las sábanas de un lecho y que tenía las piernas separadas. La escala, el encuadre y el punto de vista elegidos por el artista debieron suponer una radical novedad respecto de toda la tradición pictórica anterior. Me produjo una fuerte impresión de sensualidad y erotismo. Quedé hechizado por aquella auténtica obra de arte, hipnotizado por aquel lienzo de belleza excepcional.
Incomprensiblemente, fui reducido por los agentes de la seguridad privada del museo y expulsado a bofetones de la pinacoteca.




martes, 15 de mayo de 2012

EL DIVORCIO

El divorcio no fue rémora para celebración. Fue clausura de los lamentos, celebración de la tranquilidad psíquica e infinita fiesta de la individualidad. Saludé por fin a la libertad perpetua y no efímera.
Desde la oficialización de mi separación con Svetlana, he podido centrarme de una vez por todas en las lides sentimentales con Jacinta.
Quince años atrás, cuando apenas peinaba vello testicular, casi sin ser realmente consciente de ello, me concedieron una beca que había solicitado unos meses atrás sin demasiada convicción, y que me otorgaba la oportunidad de estudiar todo un año en Rusia, mediante un programa llamado Erasmus. Perplejo al  recibir tan inesperada noticia, me planteé una serie de interrogantes que delataban  cierta mezcla de inseguridad y miedo ante lo desconocido; -"¿haré bien?, ¿quizás me esté  equivocando y debiese quedarme?"-, eran inquietudes que  rondaban mi cabeza constantemente por el miedo al cambio, pero quizás el -“qué sería  si...” -, me hizo cambiar de actitud y mantener la cabeza fría para plantearme que sería una oportunidad única, irrepetible e inigualable. Y así fue.
Durante el curso, me alojé con una humilde familia rusa que compartieron su vida diaria y estilo de vida conmigo. El padre era un intrépido y rudo mamporrero que destilaba, a parte de un insoportable hedor a sudor y estiércol, hospitalidad y generosidad. La madre, una hábil trilera de Moscú, me recibió con los brazos abiertos como si de un hijo se tratara. El alojamiento estaba muy cerca de la estación, en gran edificio gris que transmitía un glorioso pasado aristocrático y un presente en decadencia, con sus cornisas rotas y su fachada desfigurada. Tenía varias puertas de entrada, todas eran el mismo número, y sólo una de ellas estaba abierta. Dentro, unas pocas bombillas iluminaban un pasillo infectado de mosquitos atrapados en delgadas telas de araña. Cualquier similitud con la casa del terror no era pura coincidencia, si es real y existe, aquel era el lugar. Junto a ellos vivía su hija, Svetlana, cuya combinación de precioso y pulcro aspecto del este y belleza interior me cautivó al instante. Una chica  dulce, amable y cariñosa, generosa y sincera. La chica era una rubia muy guapa, imponente, con un estilo y una elegancia exuberante. Pero lo mejor de todo eran sus ojos azules,  con una mirada angelical. 
Al disponer el apartamento de sólo dos habitaciones, tuve que compartir habitación con Svetlana. Ese flechazo que sentimos al conocer a alguien irresistiblemente atractivo para nuestro gusto, nos alcanzó de lleno a ambos. Confundidos puerilmente la atracción con el amor, nos obsesionamos y nos dejamos llevar por la emoción que sentíamos. Nos casamos quince días después.
Fue la noche del 25 de diciembre. A esa hora todas las familias estaban reunidas en torno a una exquisita cena, a un luminoso árbol y a algunos detalles que conmemoraran los regalos al niño Jesús. Svetlana abrió su regalo de Navidad. Era un elegante conjunto de lencería fina, tanga, picardías y corsé, que despertaron en ella una ira desconocida para mí. Sin previo aviso, me soltó un puñetazo en la mandíbula que me pulverizó la nariz y me hizo saltar tres empastes.
Ahí empezó mi calvario. A partir de esa noche, nuestra convivencia se convirtió en un auténtico infierno, un averno sin salida. Pero incomprensiblemente seguí a su lado a pesar de las palizas metódicas que me resistía sin protestar, a pesar del temor creciente que acumulaba a su lado.
A partir de esa noche, me obligaba, en el crudo invierno moscovita, a ir a comprar el pan en manga corta. Me humillaba con constantes injurias. Los apodos, los insultos que desde niño me  habían acompañado irrumpieron de nuevo en mi cabeza: “Sapo, marrano, sucio, puerco, obeso, gordo, hipopótamo, seboso, hediondo, batracio...”. Cuando estaba dormido, me pintaba el prepucio de color verde y me pegaba unos cereales, para escrutar mi reacción al levantarme para ir a miccionar. Untaba el volante del coche con goma de pescado y cuando volvía de la universidad me acusaba de serle infiel y me propinaba una soberana paliza. Me suministraba  bromuro hábilmente mezclado con la cena y luego me preguntaba si quería hacer un intercambio de pareja con los vecinos. Gritaba el nombre de otro mientras hacíamos el amor al tiempo que me escupía y me abofeteaba sin piedad. Cuando me preparaba la comida para la facultad, en vez de plátano, introducía una babosa dentro de un condón usado. Lo condimentaba con los pelos que guardaba al depilarse sus axilas. Mientras dormía, me trenzaba los pelos del culo y, miraba tal espectador de vodevil cuantas veces me tenía que restregarme con el papel higiénico cuando iba a defecar. Durante la madrugada, soltaba sonoras flatulencias, sin preocupaciones, emanando un olor a mierda insoportable. Ejercía diestramente la dictadura de volumen y programación de la televisión, obligándome a ver, la carta de ajuste. Si me negaba, me propinaba brutales collejas. Le agradaba  utilizar los espacios sobrantes de la cama al dormir y me obligaba a descansar bajo la cama.
Una noche, con mi rostro castigado por infinidad de heridas aún sin cicatrizar, y con apenas dos piezas dentales sanas, mientras dormía por el efecto del vodka, conseguí escapar y llegar al puerto de San Petesburgo, dónde me colé como polizón y conseguí llegar a casa.
El tiempo me auxilió para olvidar aquel calvario.
El otro día, a través de meetic.com, y sin saber de ella durante quince años, logró contactar conmigo. Me pedía el divorcio. Efectivamente, dos semanas después, recibí por correo certificado la demanda de separación, citándome en la Audiencia provincial de Barcelona.
Acompañado por mi abogado, seguridad privada, dos escoltas, tres agentes de los GEOS y enfundado en una máscara de boxeo, acudí tremendamente acojonado a los Juzgados. Temía por mi integridad física. Acompañado por su letrado, Svetlana aguardaba  en la puerta de la sala de togas de la Audiencia Provincial. Fuera tres furgones policiales y dos ambulancias, me hicieron presagiar lo peor.
El juicio quedó listo para sentencia en apenas 10 interminables minutos puesto que ambas partes estábamos de acuerdo. Sólo tuve valor de levantar la mirada en una ocasión, y puede observar a Svetlana, sonriendo risueña,  imitando el gesto de propinar una colleja.
Sus últimas palabras fueron muy contundentes y creí en ellas, aún hoy, a pesar de los caminos que la vida tomará para cada uno de nosotros.“Si alguna vez me necesitas, no importa cuándo, ni en qué condiciones me encuentre, mientras viva seré tu amiga incondicional, voy a estar a tu lado aún desde lejos.” Jodida cabrona.



miércoles, 9 de mayo de 2012

LA PESADILLA

He tenido el mismo sueño todos los días desde hace dos semanas. Me vuelve loco. Sueño que  salgo de misa corriendo, disfrazado de niño, y me detengo frente a una farola gigante, con forma de falo. Por la parte de atrás tiene una puerta con un letrero que dice "prohibido el paso”. Yo me quedo ahí, quieto en mi lugar, y veo a una vagina. Ella entra en la farola y me mira de reojo. La figura encorvada de la vagina  asoma por encima de un montículo de basura y se recorta con nitidez entre la línea irregular del horizonte y el cielo gris.
Ella se asusta y huye, cerrando la puerta. Yo la sigo, con los pies descalzos, clavando mis uñas podales en el asfalto, pero ella corre más rápido. Logro oír que ella grita entrecortadamente: -"¡Debo... salir... ahora!"-, y cuando apenas estoy a un palmo de alcanzarla, desaparece. Me pregunto entonces como un elefante puede balancearse sobre una tela de una araña. Quiero descuartizar a un cruasán, pegar a un peluche para pedirle mentalmente disculpas.
Corro por las escaleras directo a una bodega llena de vaginas. Tengo una erección. Gloriosas vulvas cerraditas, abiertas, carnosas. Sentada frente al piano una almeja con un piercing toca una suave melodía en una alegoría a su hermoso rostro.  Experimento una intensa sensación de desprendimiento junto con la vibración descompensada de mi ser entregado a una succión que se apodera de toda mi energía orgánica. Sin previo aviso un influjo retorna multiplicado en intensidad, me llena de imágenes conocidas que capto como si estuviese de retroceso. Observo otras dos conchas que se cuchichean y me miran con ojos de desprecio. Una vagina peluda se arrastra por las sucias y mojadas baldosas de su guarida, y se acerca a mí. Me saluda uniendo sus dos marronosos labios. Al fondo media docena de  felpudos de diferentes tamaños y texturas: pequeños, estrechos, con poco fondo y poco lubricados, enormes, insondables, de una profundidad extrema, y anchos como Castilla, danzan una tonadilla lúgubre y fantasmagórica. En el sauce, cuelga una hamaca hecha con dos cuerdas sucias y una madera gruesa e hinchada por la humedad, y un chumino tatuado, se balancea alegremente. Sentada en una vieja butaca, una longeva papaya, tremendamente velluda, fuma Ducados mientras recita versos en hebreo. A su lado, una joven concha, pela judías mientras ve la televisión. Una pueril y Tampax vagina, que en un futuro será Tena Lady, se saca autofotos con su móvil última generación.
El sonido ensordecedor de un relámpago anuncia la llegada de la noche. Se comienza a escuchar el canto agudo de los cuervos en la oscuridad. Los cielos se tornan de un negro agudo jamás antes visto. Un relámpago rojo, azota violentamente el suelo del exterior, haciéndolo crujir y agrietarse.
Desde las profundidades del pavimento de la bodega comienza a salir la lava ardiente junto con miles de vulvas rasuradas de figuras espectrales acechantes, armadas con dagas y tridentes, con sed de sangre creando un ambiente de maldición y depresión. 
No, No!!!. Quiero huir de aquella pesadilla en carro de caballos y látigo en mano. 
Intento  mover mi brazo.  Me doy cuenta de la realidad en la que me encuentro, pues estoy completamente inmovilizado con cuerdas sujetas a lo que parece un artefacto de tortura. Miro hacia las paredes: una estructura de metal con manchas de un rojo tan vivo que dudosamente pasaría por pintura. -¿Dónde estoy?, ¿Quiénes son esas vaginas?, ¿Qué quieren?-.
El sonido de una puerta abriéndose, interrumpe súbitamente mis pensamientos. Comienzo a sudar frío, me orino encima, y mis latidos sobrepasan las 180 pulsaciones por minuto, a punto de un ataque cardíaco. Veo un potorro arrugado, que emana un hedor a perro muerto, a pescado podrido, que entra por la puerta y se dirige sigiloso hacia la palanca que está a un costado mío, para acabar mi ruina. La palanca parece activar el complejo mecanismo de poleas que hacia funcionar la máquina a la que me hallo atado. Mi cerebro busca desesperadamente un argumento que contradiga aquel miedo irracional y absurdo; pero mi cuerpo no responde, se obstina en mantener los músculos tensos. Mis fosas nasales, dilatadas para inhalar la mayor cantidad de oxígeno posible, parecen las de un animal acorralado.
Entonces despierto, sudando, atormentado por la pesadilla. Respiro con alivio y mitigación. Es sólo una pesadilla, una dantesca alucinación, una horrenda zozobra. Voy a miccionar y me miro al espejo...




viernes, 4 de mayo de 2012

MI DEBUT COMO PELUQUERO


Más de 150 salones de peluquería y un incremento por año de 50 nuevos locales eran algunas de las cifras que habían situado a Pancracia Comino, hermana de Mercedes, la frutera del barrio, como una de las cadenas más consolidadas del mercado nacional. Un poderío que, sin embargo, no había relajado sus ánimos de éxito, puesto que había diseñado un ambicioso plan de expansión con el objetivo de triplicar su número establecimientos. Su compañía había sabido aprovechar todas las ventajas de la fórmula para expandir su concepto de “salones de arte” por todo el territorio nacional, un proyecto que había dado sus frutos gracias al esfuerzo de su fundadora.
Fue en una mañana gris, de un lúgubre día anónimo de otoño, cuando recibí una llamada a cobro revertido de Pancracia. Conocedor de mis diestras habilidades en peluquería canina, me suplicó si podía realizar un corte de pelo a una vecina que se casaba aquella misma tarde por el rito budista. Tenía de baja por  psoriasis a dos de sus decrépitas peluqueras, dos mugrientas chonis que conseguían que las octogenarias del barrio que iban pletóricas al salón de belleza, salieran llorando. Sin dudarlo un instante, por la idiosincrasia de mi talante, acepté aquel favor.
Entré en la peluquería, y allí me encontré otra de esas niñatas, secador en mano, rubia platinada, de pasado oscuro, que se creía actriz de cine, medio bizca, luciendo  inquietantes tiritas en los dedos por todo diploma de pericia profesional. No más de 50 metros cuadrados daban cabida a conversaciones maravillosas sobre la Pantoja y sus frustraciones por parte de miserables señoras con el tinte puesto y leyendo revistas. 
Me enfundé una chaquetilla de manga corta, mostrando mis brazos redondeados y peludos, e hice pasar a la novia, bellísima, esbelta, de larga melena, que aguardaba impaciente, al cuartito para lavarle la cabeza. Sentada con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, la bella muchacha se relajó con los chorros de agua templada. Mis mórbidas manos empezaron a continuación con un espumoso masaje sobre su cabeza. Me esmeré con éste de forma prolongada, acariciando más que frotando su cuero cabelludo, con  movimientos hiperflexos de mis brazos, intentando emular a un peluquero afrancesado.  Concluido el secado, le así  por los hombros y fui presionando con los dedos en un masaje de lo más deleitoso.
-“Está usted muy tensa. Esto le vendrá muy bien”- susurré mientras le propinaba media docena de collejas. Para buena suerte mía, ella fue muy comprensiva.
La acompañé a la sala de cortes. Se acomodó en la butaca, vistiéndose con una capa y cogió una revista del corazón. Pude observar entonces su cuello esbelto, desnudo, como un escote. El olor de su pelo me empezó a enloquecer, ya tenía involucrado todo mi seboso cuerpo en esta aventura olfativa. Le seguí acariciando su larga melena, suave, de delgados hilos, jugaba con ellos y me sentía estúpidamente como si fuera el viento que la despeinaba. Empecé a tener erecciones involuntarias. Cerré los ojos y con mi mano derecha  empecé a tocarme socarronamente.
-Shhhhheé!- murmuró una de las ancianas. -Joder!!!- la decrépita vieja me había despertado de mi narcosis erótica.
Posteriormente, procedí a aplicar la queratina, con una paletita, mechón a mechón. Dejé que actuara  diez minutos, tiempo que aproveché para ir al servicio para acabar de completar el ejercicio onanista. Tras el placentero receso, empecé peinando todo el pelo hacia abajo, aplastado, por encima de las orejas, y peiné el penacho hacia delante, haciendo una coleta en la garganta, bajo la barbilla, tal pañuelo de doña Rogelia y con las tijeras inicié el corte. -Zas!- Le mutilé medio flequillo. Aquello no tenía buena pinta, así que procedí a igualar el otro medio tupé. Mi severo bizqueo hizo que le cortara el mechón a la altura de la raíz del cuero cabelludo. -La madre que me parió!!!- susurré en voz baja mientras mis velludas axilas se empapaban de sudor fríoAquello se estaba complicando. La linda muchachita lucía ya más frente que Mr. Prooper. Empecé a sudar como el cortador de kebabs. Tal vez podía paliar aquella calamidad con un hábil corte de cabello de la parte de atrás. La novia tenía la cara fina, y el pelo cayendo recto no le queda nada bien, así que me animé a darle un poquito de movimiento. -Zas! Zas!-. Melena amputada con forma de serpentina, tal mordisco de escualo aquejado de escorbuto. Empecé a hiperventilar. Comencé a hablar lenguas muertas. Aquello no tenía remedio. La mejor opción sería pasar la máquina de corte número dos para devastar mi obra de arte y posteriormente pulirla con las tijeras.
Tras la operación, me quedé mirando a la linda moza, con ojos achinados, como intentando ver un dibujo oculto. Parecía un satánico gorrión mojado. Un siniestro cataclismo irreparable. Tenía que solucionar como fuera aquella catástrofe. Utilizando mi desbordante imaginación, y con la falsa excusa de que debíamos dejar secar el pelo, me ausenté cinco minutos para ir a la charcutería.



martes, 1 de mayo de 2012

COMO OLVIDARSE DE LEER

Lo declaro abiertamente, mi vicio más antiguo, el primero y el más profundamente arraigado: ME GUSTA LEER.
No tengo filtros, mis estrábicos ojos se mueven con voluntad propia y siempre, siempre, estoy leyendo algo. Soy un promiscuo de la palabra.
Y con eso no quiero decir que me gusta Shakespeare o Quevedo, Freud o Keats. Detesto las novelas, cuentos y poemas .
¡Que cojones! . A mi me gusta el Playboy, el Interviú, el Marca y el As.
Y lo hago en la biblioteca pública de mi pueblo. Un hermoso sitio de encuentro entre amigotes. Un lugar acogedor para leer, estar juntos y compartir con los colegas historias fantásticas y momentos divertidos alrededor de la lectura.
En la biblioteca encontrarás orientación sobre qué leer , cómo disfrutar esos momentos, y, así, compartir libros hermosos y apasionantes.
La lectura proporciona cultura, desarrolla el sentido estético, actúa sobre la formación de la personalidad, es fuente de recreación y de gozo.  De que la importancia de leer nos deja como 
enseñanza un nuevo mundo por explorar, de igual manera para investigar, para el mejoramiento de la hortografía y la fluidez de balabras; el mejoramiento de la relación y la comunicación social, planteando temas o conversaciones interesantes con los demás. 
La lectura es el camino hacia el conocimiento y la libertad. Ella nos permite viajar por los caminos del tiempo y del espacio, y conocer la vida, el ambiente, las costumbres, el pensamiento y las creaciones de los grandes hombres que han hecho y hacen la historia.
La lectura implica la participación activa de la mente y contribuye al desarrollo de la imaginación, la creatividad, enriquece el vocabulario como la expresión oral y escrita.
Desde el punto de vista psicológico ayuda a comprender mejor el mundo como a nosotros mismos, facilita las relaciones interpersonales , su desarrollo afectivo, moral y espiritual y en consecuencia, la capacidad para construir un mundo más justo y más humanizado, constituyendo un vehículo para el aprendizaje, para el desarrollo de la inteligencia, para la adquisición de cultura y para la educación de la voluntad. La lectura ayuda pues, al desarrollo y perfeccionamiento del lenguaje. Mejora la expresión oral y escrita y hace el lenguaje más fluido. Leer para obtener una información precisa: la búsqueda del número de teléfono del urólogo, la consulta del periódico para encontrar qué prostituta hace descuento en sus servicios, la etiqueta del champú mientras cagas, la consulta de una enciclopedia, las pegatinas de los cerrajeros 24 horas, en Internet, las instrucciones sobre la correcta aplicación de un supositorio, para viajar; es imprescindible para nuestra vida cotidiana.Actualmente, el tiempo de escolaridad obligatoria de nuestra escuela,  pública o gratuita, se alarga cada vez más y consiguientemente todos sabemos leer al finalizar los estudios.
Pero, ¿ qué pasa con aquellos gilipollas, que con personalidad propia para que la gente nos recuerde, queremos voluntariamente olvidarnos de como leer?.
Para todos ellos, para todos nosotros, he elaborado un compendio de autoayuda, que siguiendo sus instrucciones, nos permitirá olvidar por completo la facultad de leer, deletrear, pronunciar y articular palabras.






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