miércoles, 27 de febrero de 2013

LA ERECCIÓN MATINAL

Esta mañana me desperté sobresaltado, amedrantado, estúpidamente turbado. No es que hubiese sorprendido a un  sicario kosovar intentando robar impunemente mi colección de discos de Falete, ni  porque me hubiera despertado el jodido camión del tapicero.  El caso es que me he tenido un despertar impetuoso, incómodo y molesto, con una enorme erección, testaruda e implacable, tal tienda de campaña, rivalizando fervientemente con la Torre Eiffel, que una vez más, me ha obligado a orinar como una pulcra damisela. Al no tener nada con que aliviarme, opté por relajarme con un método algo rústico pero tremendamente eficaz: una ducha fría y pensar en el caduco Benedicto XVI vendimiando. 
La erección matutina, según los expertos,  se describe como la expiración de una serie de hercúleas erecciones nocturnas. En promedio, un hombre sano, puede tener entre tres y cinco erecciones en una noche de sueño, durando cada una de éstas entre 20-30 minutos. Yo tengo 150 erecciones, por lo que debo estar hecho un toro.
Es un mito común creer que el endurecimiento matutino del pene es causado por evitar orinarse en la cama. Por experiencia, puedo afirmar que esta hipótesis es un solemne embuste. Lamentablemente yo, con canas en el vello testicular, todavía me orino en la cama y me levanto empalmado como un mamut en celo. 
A pesar de que la causa exacta de la erección matutina es desconocida, se sabe que se encuentra estrechamente relacionada con el sueño REM, ( no confundir con el decrépito grupo musical), período del dormir acompañado de intensos e interesantes cambios: movimientos rápidos y astutos de los globos oculares, aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria, vivencias orgásmicas y erecciones que tienen características especiales en calidad y en frecuencia de aparición de acuerdo con la edad y la salud del individuo.
Muchas son las teorías sobre este apasionante fenómeno, y algunas rozan la fantasía sideral; que si es porque uno se ha pasado la noche teniendo sueños eróticos, que si es porque se sufre algún desorden psicosexual, o por una accidental sobredosis de Viagra.
Recientes investigaciones de la erección matinal no han encontrado diferencia alguna entre las erecciones matutinas de hombres adultos con las de los hombres jóvenes.
Otras investigaciones, aún más novedosas, han mostrado un declive gradual en la presencia de erecciones matutinas. Algunas muestran un decaimiento en cuanto a la rigidez y el tiempo de la erección, pero no en la frecuencia de erecciones.
Una de las razones por las cuales el tema de la erección matutina ha atraído a los investigadores es por la relación de ésta con la disfunción eréctil, siendo entonces una herramienta que podría guiar a distinguir la causa física de la disfunción eréctil. En cualquier caso, no se han hallado todavía los motivos de este fenómeno varonil.
Aturdido al no encontrar explicación a dicha carnosa rigidez,  decido preguntárselo a mi pene:
- Buenos días, pequeño bastardo!- susurro mirando fijamente mi pubis mientras me levanto de la cama estirando los brazos.
- Ya era hora, mamarracho!. ¡Vamos, espabila, tienes que ir a trabajar!- me grita visiblemente enojado mi pene. Pese a sus liliputienses dimensiones, su voz es recia y varonil. 
- ¡No me lo recuerdes, cabronazo!-le contesto en un tono un tanto desesperado.
- ¡Venga, levanta miserable mamón!- exclama mi falo tieso como una estaca.
- ¡Cállate!- le grito tirándole la almohada. No puedo evitar vociferar, incorporarme y darle una brutal colleja, haciendo saltar las costras que colonizan el glande.
¿Por qué me puteas cada mañana, miserable trozo de carne?- le pregunto  contrariado.
Él esboza un leve sonrisa y me contesta: -Lo tienes merecido, maldito perturbado. Por hacerme vomitar tres veces al día con las jodidas duricias de la palma de tu mano izquierda!!!-. 
-¡Ja Ja! ¡Te has sonrojado!- añade burlescamente mirándome a la cara.
- Que te calles!!!-  exclamo mirando hacia otro lado, notando cierto ardor en mis mejillas.
- Por no hablar de los cachetes que me das varias veces cuando meas. O cuando me encierras en ese amasijo de tela fermentada, tal nido de golondrina, que me ocasiona cefaleas constantes. Y aquella gonorrea que me regalaste en aquel antro de lujuria y anonimato -  reprocha el jodido apéndice fálico .
- Cállate!!.  No quiero escucharte!!. Te voy a cortar la cabeza!!!-  advierto a mi glande.
- Y te seguiré puteando. Cuando te pongas unos pantalones de lycra, cuando vayas al urólogo o en la ducha del gimnasio. Me tendrás ahí, formando un perfecto ángulo de 20º en dirección al cielo- añade en tono burlesco.
Intento, en vano, pensar en pus amarilla saliendo del ojo de un perro muerto, sintiéndola, saboreándola, oliéndola, a fin de mitigar la tensión de mi pértiga.
- ¿Qué machote, no hay pensamiento que me deshinche, eh gilipollas?- exclama mi miembro intentando desconcertarme.
El sudor se apodera de mi seboso cuerpo. 
Penetro mi recto con un cactus apaisado, tratando de aminorar mi pavor frente a la humillación eterna que se avecina. Me doy cuenta que la erección se vuelve blanda, flácida, mezquina.
Miro con sorpresa cómo mi pene se va miniaturizando y le entra un estado de pánico escénico máximo. Sin duda aquello no le gusta. Procedo a realizar movimientos circulares con la jodida planta espinosa, comprobando como la voz de mi falo se va apagando, a medida que su piel adquiere una tonalidad amarillenta.
- ¿Y ahora qué, uniojo, no dices nada?- pregunto con cinismo, esbozando una sonrisa vencedora.
Mi pene ya laxo, débil y colgante, apenas puede articular palabra. He conseguido dominar a esa gran enemiga, a esa traidora, la erección matutina.
Procedo a realizar otro de los grandes enigmas: la deposición fecal matinal. Cago sangre.
Mañana tendré que hablar con mi esfínter.



miércoles, 20 de febrero de 2013

ADIÓS, TITA ADELFA

Había dejado para mañana lo que ayer había dejado para hoy, en una de las luchas incansables que libraba en pro de la organización del tiempo. Y esa secuencia de astutas decisiones me intranquilizaba. Apagué el viejo televisor y me suministré un enema rectal, un efectivo método casero para relajarme, para ahuyentar ese pensamiento que me atormentaba. Me quedé grotescamente dormido en el retrete. A las cuatro de la mañana sonó el teléfono y me levanté sobresaltado. Era mi madre.
-Anastasio- dijo aclarándose la voz. Su respiración era confusa, honda y agitada. Me sorprendí al oírla. Algo debía haber ocurrido. En cuestión de segundos ya estaba completamente despierto. 
-Es Tita Adelfa...Está en coma. Estamos en el hospital. Fallo multiorgánico por ingesta masiva de hamburguesas... – prosiguió con voz entrecortada.
Una gota de sudor se deslizó por mi sien, llegando hasta mi achicado escroto. Noté como mi vello púbico se erizaba, mi corazón galopaba sin frenos preso del pánico. Apenas pude articular palabra.
- Creo que tendrías que venir para despedirte de ella. Es cuestión de horas, Anastasio. Tita Adelfa se muere...- concluyó entre sollozos.
-¿ Ha redactado el testamento?- exclamé pasándome la mano por mi exiguo pelo con aire trastornado. No hubo respuesta en el otro lado del aparato.
Tras colgar el teléfono, miré durante unos instantes la fotografía colgada en el techo de la primera comunión de Tita Adelfa, ruborizándome, y guardé un largo silencio. Sentí pena por ella. Pobre desgraciada.
Tita Adelfa era una mujer obesa, de fuerza hercúlea, hedionda, mantecosa, misántropa, y de carácter muy fuerte, que hablaba eructando con estruendosas carcajadas que siempre terminaban en tos asquerosa y enfermiza. Era una comedora compulsiva de hamburguesas.
Su acuciante adicción la llevó a un peregrinaje hospitalario con estériles resultados.
Abordé un taxi para dirigirme hacia la clínica donde se encontraba mi tía. Al llegar, huí corriendo como una liebre para evitar pagar al jodido taxista. 
Entré por la puerta de urgencias, subí a cuidados intensivos y miré nervioso a todos lados, pasé por un corredor y al final de éste encontré a mi madre desconsolada, sentada y trémula, que, entre lágrimas y sollozos, no dudó en envolverme con sus frágiles y tenues brazos para deshacerse en llanto nombrando con voz quebradiza a su única hermana, en busca de un afligido consuelo. 
Mi lengua humedeció los labios con dificultad. Fruncí el ceño para reunir el valor necesario y abracé a mi madre, besándole la cabeza nevada de caspa, acariciando su velluda espalda, pegándole sonoros bofetones tratando de consolar lo inconsolable.
Le pregunté dónde estaba mi tía.  Mamá, con el rostro ajado y cubierto, donde sólo se le podían ver sus resquebrajados palatales y trocitos diminutos de saliva que embadurnaban sus ralos bigotes, señaló con una mano temblorosa la habitación dónde se concentraba su infinita pena. Me dirigí  a la habitación iluminada. El silencio reinante era sólo interrumpido por los zumbidos de los insectos, revoloteando, acechantes, husmeando el sebo, oliendo astutamente la muerte.
Pude advertir, arrojados por el suelo, paja, cacahuetes, plátanos y dos camillas blancas. En ellas, mi tía tumbada, gorda, boquiabierta, entumecida, intubada a media docena de siniestros aparatos, postrada como un cachalote ajusticiado entre sábanas salpicadas de heces. Su asquerosa piel cobriza ahora era amarillenta y su rostro retorcido, con una mirada desvanecida.
Un individuo de blanco  acariciaba discretamente sus senos, sus nalgas, besaba su cuello, rociando su sucio aliento en ella, susurrándole frases obscenas al oído. Había deslizado sigilosamente su mano derecha por el interior de su bragueta. Hijo de puta.
- ¡Tséeeee!- grité contrariado.
El individuo, de aspecto bellaco y castigador, hizo una grotesca reverencia, enmascarando su sorpresa, y salió corriendo de la habitación.
Me acerqué a mi tía. Sus manos estaban juntas sobre sus mórbidos pechos, ofreciendo una posición de oración fervorosa. Estaba tumbada, agonizando, con respiración crepitante, librando una batalla perdida contra la dama de negro, contra la muerte, negándose a formar parte del jardín de altos ciprés. Jugueteé con una de las máquinas a las que estaba conectada, apagando y encendiendo sus luminosos botones. El molesto pitido del aparato advirtió que algo no iba bien. Efectivamente, había desconectado a mi tía de la respiración artificial.
Empezó a convulsionar, con movimientos espasmódicos, como poseída por el mismo Satanás. Tía Adelfa nos dejaba, se iba para siempre.
Abrió los ojos para despedirse, y pronunció sus últimas y angustiantes palabras:
- Anastasio, hijo puta, quiero una hamburguesa...- .


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miércoles, 13 de febrero de 2013

MIERDA DE CARNAVAL

En el Carnaval no preocupan las reglas, es un grotesco mundo al revés, se libera el temor impuesto por la exigencia de los códigos y se experimenta una  libertad por el comportamiento luciferano. La máscara traslada a la risa la dificultad de vivir, y ridiculiza la cultura oficial de la dignidad. Se transgrede, y no hay sentimiento de culpa ni remordimiento. Este es el espíritu del jodido Carnaval. Una auténtica gilipollez. La culminación de la capullez humana. Vinculada la vida con el carnaval, el paso siguiente es amarrarnos a la fiesta, y con ella, la sociedad se libera de las normas impuestas, se burla de sus dioses, se mofa de los principios y normas, se niega a sí misma. Es el jolgorio como exceso, como desperdicio ritual. El festejo es el advenimiento de lo insólito. Son días de excepción, con una moral que invierte la del resto de los días. Es el caos satírico y original, la orgía de lo grotesco, la bacanal de lo caricaturesco. Desaparece la noción de orden; todo se ridiculiza, se invierten los términos, se unen los contrarios, se niega la sociedad como conjunto ordenado de normas y se afirma la creatividad y energía como fuerzas liberadoras.
Coloridas carrozas ( en la mayoría de casos, las mismas que se utilizaron en la cabalgata de Reyes ), trajes elaborados, niños bailando siniestramente las rutinas, octogenarios decadentes que se disfrazan de góticos para fornicar gratis, y un frío de tres pares de cojones. Es la alegría desenfrenada, la espontaneidad y la estupidez integral. Hombres dementes que utilizan el carnaval para disfrazarse de Guti, muchachitas que lo utilizan como excusa para disfrazarse de zorras,  gente disfrazada de buzo persiguiendo el jodido coche de Google Maps, individuos que visten a sus perros con trajes de Nenuco, gordas ataviadas con plumaje de ave que lanzan las serpentinas como si de pelotas antidisturbios se trataran. Apasionante. Maravilloso.
Inquietantes y coloridos carros alegóricos que representan todo tipo de personas, animales y criaturas míticas, groserías blasfematorias dirigidas a las políticos y personajes públicos llenan las calles con bailarines en trajes rococós, a bordo de fiesta, y sus intrépidos amantes se enorgullecen de su trabajo con más de un toque de rivalidad entre los participantes.
El  carnevale, la celebración pagana, este año, me ha salido torcida. De haberlo pensado con antelación me hubiera fabricado con una capa Superman en condiciones, un disfraz de jamón para correr dando saltos por una mezquita, o un afrancesado embozo de rudo y velludo policía. Pero me interesé demasiado tarde en el asunto, y sólo pude merodear por las tradicionales tiendas de juguetes, siempre en crisis.
La última vez que participé en un carnaval fue cuando tenía ocho años. Ya con mi atroz alopecia en estado avanzado, me vistieron de sacerdote y me dieron una bolsa de caramelos para niños. Capté la gracia del asunto muchos años después. 
La constante de los disfraces de carnaval es que son indecentes y horteras. No podría ser de otra manera: sólo se llevan unas horas al año, y a la gente no le interesa resultar creíble en su nueva y efímera identidad. Particularmente creo que es una postura básicamente incorrecta, ya que llena el mundo de ropajes mediocres y listos para el olvido. Un buen traje cuesta, pero brinda la oportunidad de volver a reutilizarlo.
Al mirar el catálogo típico de trajes, previamente usurpado - no sin dificultades - de un Toy"R"Us, la ordinariez se respiraba en cada una de sus jodidas páginas: tejidos de última categoría, tallas macroanchas universales, máscaras de goma indecorosas y aterradoras, sombreros grotescos y extravagantes, y un largo etcétera. Por no mencionar las pelucas bermejas y diabólicas, o los accesorios de plástico, especialmente fálicos.
Exprimiendo mi desbordante imaginación, decidí disfrazarme de Pinocho. Ese pueril e inocente muñeco de madera de pino, parido por un carpintero de dudosa orientación sexual. Aquella entrañable marioneta, esculpida por un tal Geppeto y que lograba cobrar vida gracias a la actuación de una decrépita hada. Quería encarnar aquel títere que hoy en día es un icono infantil, rebosante de moralejas y valores.
Incomprensiblemente fui detenido por la policía. 






miércoles, 6 de febrero de 2013

CONSULTORIO DÖCTOR PREPUZIO XVIII

"Herr Doktor Prepuzio, ¿Porqué a los curas todo el mundo les llama padre excepto sus hijos, que le llaman tío?."

Apreciado Juan Carlos,
Entre los dialectos territoriales y sociales, idiomas y lenguas existen diferencias substanciales: en primer lugar, en el aspecto espacial, el concepto de dialecto social es mucho más amplio que el concepto de dialecto territorial; en segundo lugar, las particularidades del dialecto territorial tienen que ver con toda la estructura del idioma, por eso son parte de una vertebración idiomática más general, mientras que las particularidades del dialecto social como regla abarcan sólo aspectos del léxico y de la fraseología. En los últimos años, los dialectólogos han prestado más atención al espacio social, además de al geográfico, para explicar el alcance de la variación lingüística. Los factores como edad, sexo, clase social y grupo étnico se consideran fundamentales. ¿Y qué cojones significará todo esto?. Pues no tengo ni puta idea. En mi región, a los sacerdotes los llamamos cabrones pervertidos. Y en Canarias, son adjetivados como soplanucas depravados.


"Hola Doctor Prepuzio tengo una pregunta para usted: alguna gente cuando caga dice k le gusta tocar la mierda; a mi me gustaría saber a k viene esas reacciones?"

Apreciado Gonzalo,
Existe un reducido y elegido porcentaje de la población dotada de innatos dotes para la escultura. Son virtuosos en el moldeado de bustos; diestros en el arte de tallar y esculpir. Son artistas que hallan placer en la maniobra excrementicia. Y qué mejor material para realizar sus ensayos que las heces, la materia fecal, la sustancia residual: dúctil, elástica, maleable, flexible y extremadamente moldeable, que permite juguetear, modelar relieves exteriores o rehundidos, e incluso aplicar la técnica del grabado y/o vaciado. 
Así que… ¡A practicar construyendo castillos, amigote!.


Capresso:
"Doctor ¿ Como es la galaxia?. ¿ Para qué sirve?"

Apreciada Capresso,
Una galaxia es un masa formada por estrellas, gas y polvo que se mantiene unida por efecto de la gravedad ( v= g · t e=g·t2/2, tan(2x) = 2 tan(x) / (1 - tan^2(x)) , donde si y = ± (b/a)x, te pegas un hostiazo de tres pares de cojones ). Las de menor tamaño pueden tener un diámetro de cientos de años luz, y estar formadas por unas 100.000 estrellas, mientras que las mayores tienen un diámetro de unos tres millones de años luz y contienen más de mil millones de estrellas. 

Las galaxias se clasifican según un grotesco sistema que estableció el tedioso astrónomo Edwin Hubble (1889-1953). Al muy cabrón, le dio por observar las estrellitas y clasificarlas por su forma. Nuestra galaxia es la Vía Láctea, del tipo espiral. Así pues, las galaxias sólo sirven para putearnos en nuestra edad estudiantil al tener que tragarnos aquellas inapetentes y soporíferas clases de Ciencias Naturales.


David Torrejón.
"Doctor Prepuzio, tengo un amigo con la cabeza muy grande, le debería llamar cabezón?"

Apreciado David,
El término cabezón proviene del latín 'Cabezonarum', una inclemente alteración genética que consiste en una circunferencia de la cabeza mucho más grande, deforme y grotesca que el promedio correspondiente a su edad y sexo. Quienes padecen esta singular patología, son orcos que sufren una extensa y dramática variedad de trastornos. Son criaturas fantásticas con escasa suerte con la herencia genética. Las venas de su cefálico son como tuberías de un wáter. Son calvos a causa del atroz contacto cabeza-suelo. Están dotados de un coeficiente intelectual sensiblemente superior al resto de los mortales, y acostumbran a ser micropénicos. Le sugiero que omita el término’ cabezón’. Es ofensivo y afrentoso. Utilizaría el vocablo ‘macrocéfalo’, mucho más primoroso y elegante. Puede utilizar también los términos Doraemon, Cabeza Huevo, 11811, ó Micrófono.



El Comepilas
¿ Porqué es usted tan feo? ( Sin rencores, eh?)

Apreciado El Compepipas,
La fealdad es el alejamiento del canon de belleza, que es el conjunto de aquellas características que una sociedad considera convencionalmente como bello, atractivo o deseable, sea en una persona u objeto. Por lo tanto, el juicio estético es subjetivo y depende de los mecanismos de la sensibilidad aprendida, y los gustos difieren al infinito. Lo feo, no es el lado oscuro de lo bello, ni una carencia. El concepto de belleza es tan ambivalente como la fealdad, a expensas de la cultura, época, política, economía y religión. Siempre ha existido el duelo perpetuo entre lo apolíneo y lo dionisíaco. 
Remitámonos a su rostro. Bajo mi percepción, su cara parece producto de un tremendo error de photoshop. Es una oda la mal gusto, a lo horrendo, a lo grotesco y decadente. Una faz salida de un carnaval luciferino. Pero es sólo mi impresión. Sin duda subjetiva y parcial. 
¿ Es usted por ello feo?.





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